LAS POQUIANCHIS
Así fueron conocidas las hermanas González Valenzuela –María Luisa,
Delfina, María de Jesús y Carmen–, a quienes atribuyeron el asesinato de al menos 150 personas,
la mayoría prostitutas que trabajaban en sus burdeles. Las autoridades
presumieron que a muchas de sus víctimas las enterraron vivas. Eran
originarias de El Salto, Jalisco, y durante su infancia fueron víctimas
de violencia familiar. Para huir del maltrato de su padre, Carmen se
fugó con su novio, cuando era una adolescente. Pero su padre la encontró
y la encarceló en la prisión municipal.
Las hermanas trabajaban como obreras en una fábrica textil, donde
recibían sueldos miserables. Al morir sus padres, recibieron una modesta
herencia que ocupan para abrir un prostíbulo y comenzar con sus
crímenes. Ganaron fama por su bar en San Francisco del Rincón,
Guanajuato, donde las llamaron "Las Poquianchis".
Reclutaban mujeres con engaños y las obligaban a dar sexoservicio. El 6
de enero de 1964 fueron detenidas después de que una de sus víctimas
escapó y las denunció. Las autoridades encontraron un pequeño cementerio
con restos humanos de sus víctimas. Su historia inspiró a Jorge
Ibargüengoitia para escribir su novela "Las Muertas", que sirvió de
guión para una película del mismo nombre dirigida por Felipe Cazals.
Originarias de Jalisco, las hermanas Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela
fueron el producto de una familia disfuncional. Mientras su madre
Bernardina, devota y abnegada practicante del rezo al rosario les
infundió el culto a la religión católica, su padre Isidro ejercía el abuso de poder y la violencia amparado en un machismo, cuyo exceso derivaba de su adicción al alcohol.
Unas horas más tardes del incidente una orden del presidente municipal llevo a Isidro y a dos de sus agentes a buscar a Felix Ornelas, un rijoso ranchero e intimidador, que se jactaba de pisotear las leyes. En el intento por detenerlo, Isidro le propinó un balazo a traición que le costó la vida. Durante un año Isidro se mantuvo prófugo ocultándose en varias rancherías de Jalisco. Sin embargo, olvidó el encierro en el que había dejado a su hija, quien catorce meses después obtuvo su libertad, cuando un obeso abarrotero se apiado de ella y la sacó de la cárcel con la promesa de casarse.
Al igual que Carmen, Delfina, otra de las hermanas González Valenzuela, sostenía amoríos a escondidas con un hombre mayor que ella, pero al descubrirla su padre, encolerizado, le propinó un golpe en la nuca que casi le cuesta la vida.
A mediados de la década de 1930, Defina, junto con sus hermanas Carmen y María de Jesús consiguieron un trabajo como obreras en una fabrica de hilados y tejidos aunque, poco después, Carme se juntó con Jesús Vargas, un vividor de poca monta apodado “El Gato”. Con quien instaló en 1938 una modesta y arrabalera cantina. El negocio fructificaba, pero El Gato dilapidó las ganancias y propinó su quiebra, con lo poco que recuperó, Carmen abrió un estanquillo de vinos y licores. Fue precisamente la cantina de su hermana Carmen la que influyó en Delfina para instalar su primer Burdel.
Fue Delfina, la más astuta de las hermanas González Valenzuela, la que estableció el primer prostíbulo y reclutó a jovencitas inocentes a cuyos padres hacia creer que trabajarían como empleadas domesticas.
En El Salto, Jalisco, Delfina instaló su primer cantina, en ella acondicionó también una casa de citas. En este sitio el control sobre los burdeles era escaso, por lo que estos eran prolijos, atrayendo toda clase de clientes entre los que se encontraban policías, soldados y autoridades municipales. Las pupilas de Delfina salían a las calles tentando a los clientes a visitar el burdel por las noches, hasta que en 1948, un zafarrancho a punta de pistolas provocó su clausura. Delfina trasladó a sus mujeres a la feria de San Juan de los Lagos, dónde con el apoyo del alcalde, alquiló dos locales para montar una cantina con varios cuartos para el sexo servicio. Llamó por primera vez a su negocio “El Guadalajara de Noche”. Al negocio Delfina sumó a sus hermanas María, Luisa y Carmen a quienes encargó de la caja registradora y de la cocina respectivamente. De manera alterna Carmen empezó a vender ropa y objetos personales a las pupilas, anotando en una gruesa libreta los nombres y adeudos que cada una contraía. Compras que se veían obligadas a realizar, ya que no tenían libertad.
Al terminar la feria de San Juan, Delfina desmanteló el negoció y con dos maletas llenas de dinero, saldo de 15 fructíferos días de trabajo, viajó junto con sus pupilas a San Francisco del Rincón, Guanajuato dónde instaló de nueva cuenta su negocio. En Guanajuato los burdeles no estaban prohibidos. Apoyada por el presidente municipal de San Francisco, Adelaido Gómez, Delfina adquirió en renta una casona que contaba con varias camas, tocadores y una silla en cada cuarto. Volvió a llamar a su negocio “El Guadalajara de Noche”. El negoció de Delfina fructificaba cuando su hermana María de Jesús se encontró en León, Guanajuato con Guadalupe Reynoso, quien la dejó deslumbrada con su descomunal escote y elegante vestido. Guadalupe Reynoso, quien ahora se hacia llamar Laura Larraga y que tenía un burdel ubicado en León, alquilaba la casa a un homosexual conocido como “El Poquianchis”.
María de Jesús regresó al Salto con la convicción de poner su propio negocio y junto con Enedina Bedoya y María de los Ángeles, dos pupilas de Delfina, retornó a León para instalar ahí su primera casa de citas. Esta carecía de luz y permisos para su apertura, por lo que Fernando Liceaga secretario del presidente municipal ofreció a María de Jesús algunas “facilidades” para obtener sus permisos a cambio de una condición: sexo. Para la licencia de sanidad, María de Jesús, tuvo que acceder a la misma práctica con el doctor Castellanos. Pero además de los encuentros sexuales a los que tenía que acceder por el bien de su negocio, María de Jesús recurrió al pago de sobornos que evitaron la clausura de su negocio cuando en él se suscitaban riñas o evidencias de lenocinio con mujeres menores de edad. El pago puntual a las autoridades le aseguraba la aparente protección de policías y gente del gobierno municipal en León. María de Jesús inauguró su burdel bajo el nombre de “La Casa Blanca”, previamente repartió tarjetas entre gente del pueblo, pero esa noche fueron contados lo clientes que llegaron al prostíbulo. Entre ellos el sacerdote y el sacristán de la parroquia de León.
La codicia desmedida de Delfina la llevó a secuestrar a decenas de jovencitas que convirtió en esclavas. A Delfina le proveían de mujeres taloneras y pupilas, Juana y Guadalupe Moreno, y María “La Cucha” a base de engaños, “La Cucha”, recolectaba jóvenes en Guadalajara con la promesa de conseguirles trabajo como empleadas domesticas, técnicas que también adoptó Delfina.
Y es que mientras los padres confiaban en que sus hijas estaban en buenas manos, el lenocinio de Delfina y sus hermanas acarreó inesperados embarazos en las adolescentes, quienes ignorantes de los riesgos que eso ocasionaba a su salud, abortaban clandestinamente en el tugurio. Aquellas a quienes si llegaban a dar a luz les quitaban los bebés, los asesinaban y se deshacían de los cadáveres. Cuando el aborto provocaba la muerte de las pupilas sus cuerpos corrían el mismo destino.
Uno de los mitos que se gestó fue el destino de los fetos, los que supuestamente eran sacrificados y calcinados, y luego introducidos en botellas de refresco que arrumbaban en el patio trasero del burdel, versión que fue puesta en entredicho tras la aprensión de las poquianchis. Finalmente, el mito fue desmentido cuando aparecieron varios niños vivos tras la captura. Al día de la primera captura se contaron 17 mujeres, tres niños y las dos hermanas González Valenzuela.
En 1949, Carmen González Valenzuela, la hermana mayor y administradora de las deudas de sus esclavas, murió abatida por el cáncer. Delfina encontró sus libretas de contabilidad pero la no saber leer ni hacer cuentas, saldó el adeudo de sus pupilas con la condición de que rezaran por su hermana muerta.
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